La resistencia antimicrobiana
La resistencia antimicrobiana (AMR, por sus siglas en inglés) se ha consolidado como una de las diez mayores amenazas para la salud global, y su impacto sigue en ascenso. Un reciente estudio español ha revelado que las cifras de infecciones y muertes asociadas a esta problemática son incluso mayores de lo que se creía. A pesar de su magnitud, sigue sin ser un tema central en la opinión pública, lo que refuerza su apodo de “pandemia silenciosa”.
Una amenaza creciente con cifras alarmantes
La COVID-19 dejó más de 7 millones de víctimas en todo el mundo, un número devastador que conmocionó a la humanidad. Sin embargo, la resistencia antimicrobiana ya causa 1,3 millones de muertes directas cada año, con 35 000 fallecimientos solo en la Unión Europea. Y el futuro es aún más sombrío: se estima que para 2050 este fenómeno cobrará 10 millones de vidas anuales.
El crecimiento de la AMR ha sido discreto, casi inadvertido para la mayoría, pero no es un problema nuevo. De hecho, la resistencia de las bacterias a los antibióticos no es un fenómeno creado por los humanos, sino que ha existido desde tiempos inmemoriales. Un estudio de 2011 encontró genes bacterianos resistentes a antibióticos en permafrost de hace 30 000 años.
El descubrimiento de la penicilina en 1928 por Alexander Fleming marcó un hito en la medicina, pero ya en 1940 se detectaron las primeras bacterias resistentes a este antibiótico. Fleming mismo advirtió en su discurso del Premio Nobel en 1945 sobre los riesgos de un mal uso de los antibióticos, alertando que su abuso podría dar lugar a bacterias inmunes a sus efectos.
El papel de los hospitales en la expansión de las infecciones
Uno de los datos más preocupantes que arrojan los estudios es que casi el 46 % de las infecciones resistentes se adquieren en hospitales. Este dato puede alarmar, pero no debería sorprender. Los hospitales son entornos con un elevado tránsito de pacientes y uso intensivo de antibióticos, lo que favorece la proliferación de bacterias resistentes. Además, la presencia de personas con sistemas inmunitarios debilitados facilita la aparición y transmisión de infecciones difíciles de tratar.
Incluso antes de la llegada de la penicilina, ya existían bacterias resistentes a tratamientos antimicrobianos. La primera resistencia clínica documentada fue en la sífilis contra el Salvarsán, un medicamento utilizado antes del descubrimiento de los antibióticos modernos. Esto confirma que la resistencia antimicrobiana no es un fenómeno nuevo, pero sí uno que hemos acelerado y amplificado con el uso indiscriminado de estos fármacos.
La clave: un uso responsable de los antibióticos
Si bien la resistencia bacteriana es un proceso natural, la intervención humana ha potenciado enormemente el problema. El uso excesivo e inadecuado de antibióticos y otros antimicrobianos ha favorecido la selección y expansión de cepas resistentes.
Es fundamental que gobiernos, sistemas de salud y la población en general tomen conciencia de esta amenaza y adopten medidas urgentes:
- Evitar el uso innecesario de antibióticos, tanto en medicina humana como en ganadería.
- Promover la investigación y desarrollo de nuevos fármacos para contrarrestar la resistencia.
- Implementar mejores protocolos de higiene y control de infecciones en hospitales y centros sanitarios.
- Concienciar a la población sobre el uso correcto de los antibióticos, evitando la automedicación.